Casi una Fantasía: Sueños de tinta y vapor

Sueños de tinta y vapor

Autor: Galo L.

Sueños de tinta y vapor

El nuevo brazo era increíble, tanto así que Kapuk no paraba de alabarlo mientras avanzaban por la vía elevada, que parecía una serpiente de concreto y acero, zigzagueando por encima del océano verde que llamaban selva. Kapuk, sin embargo, no tenía ojos para el paisaje, sólo para esa hermosa pieza metálica, movida por cientos de pequeños engranajes y pistones que recibían su energía del vapor.
–Todos deberíamos tener brazos así. Es… increíble –comentó sin dejar de admirar la extremidad mecánica. Sus ojos brillaban como siempre que veía tecnología de punta, de la misma forma que lo hicieron cuando sus padres le presentaron a Taka, el automóvil familiar: máquina de colores brillantes, como las ranas venenosas, con forma de alpargata y la capacidad de andar casi a la misma velocidad que un hombre corriendo.
–Me pregunto si es posible que me reemplacen los brazos –Eso fue lo máximo que Kipaiuk pudo soportar. Dejando la palanca de cambios, usó la mano de carne y hueso para jalarle una oreja a Kapuk, sentado en el asiento del copiloto.
–Nunca vuelvas a decir algo así –le ordenó con severidad.
Perder un brazo no era un chiste ni algo que nadie debiera desear. Ella habría dado lo que fuera para recuperar el suyo, aquel con que dibujaba, aquel con el que hacía realidad los sueños. Sin él, perdió la vida. Kapuk infló las mejillas con aire para luego liberarlo en forma de suspiro. Era un chico inteligente, por más infantiles que fueran sus fantasías, sabía que eso no era un chiste, sabía lo deprimida que estaba su hermana: no era la misma desde el accidente, nunca más volvería a serlo. Él sólo quería ayudar, sacarle una sonrisa y recuperarla.

Un pincel.
Dos plumas.
Tres frascos.
Kipaiuk apretó los dientes con fuerza y dio un golpe a la mesa con el puño mecánico. Astillas de madera volaron por todas partes: la mesa se rompió, igual a como se rompieron sus pinceles, plumas, y el frasco de tinta que trató de sujetar entre los dedos metálicos.
–Kip… –la voz de su hermano se elevó sobre el incesante silbido del pequeño motor a vapor que llevaba en la espalda. Ella lo miró sobre su hombro, tratando en vano de ocultar la frustración que sentía. El pequeño sujetaba torpemente una hoja de papel con ambas manos, llenas de carboncillo. Cojeo hasta ella y le mostró un dibujo hecho con sus dedos.
–Kap –una sonrisa se dibujó en la cara de la joven, la primera que Kapuk veía en mucho tiempo.
–Si yo puedo hacerlo, sé que tú también podrás.
Había sido una necia al pensar que su vida acababa. Kapuk perdió ambos brazos y una pierna, sus prótesis no eran mecánicas pero, aun así, conservó la esperanza y el deseo de vivir y crear.
–No te rindas.
Ella se arrodilló y lo abrazó. Su hermano acababa de devolverle la vida.
–Te prometo que no lo haré. 

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